1. Sr. Calvo, usted tenía 14 años cuando empezó a trabajar como pescador en los años setenta. ¿Cómo era entonces?

Trabajar como pescador en la década de los setenta fue durísimo. Me atrevo a decir que la pesca entonces no era sostenible, ni para las poblaciones de peces ni para las personas. Nos contrataban a destajo y teníamos que trabajar 20 horas al día, mantenidos por grandes cantidades de café, incluso los fines de semana y los días festivos. En Nochebuena solía estar sacando las redes y procesando bacalao, a veces, deseando que una tormenta nos obligara a parar para descansar un poco, o haciéndome pequeños cortes en las manos para mantener los dedos en movimiento de forma que pudiera abrir el bacalao y salarlo para su almacenamiento. No había calefacción ni agua caliente a bordo. Podía pasar en el mar meses seguidos frente a las costas canadienses, lejos de la familia. Me enteré del nacimiento de mi primer hijo por telegrama, cuando pescaba en los Grandes Bancos.

Las cosas no eran mejores desde el punto de vista de la sostenibilidad biológica. No había límites para la pesca, ni cuotas, ni zonas exclusivas económicas de 200 millas. Los únicos límites eran el tamaño de nuestras bodegas y la fuerza de nuestros brazos para lanzar y recoger las redes. El hecho es que, sin normas laborales y sin normas de conservación, era una maratón de pesca, pescábamos virtualmente las 24 horas y competíamos con otras flotas y buques.

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Fuente: Revista digital de Dirección General de asuntos marítimos y pesca de la Comisión Europea